sábado, agosto 26, 2006

El lado secreto de la sexualidad de las lesbianas



Califia, Pat. “Public Sex: the culture of radical sex”.
Traducción del Inglés por Liliana Gómez

El closet sexual es más grande de lo que se cree. De hecho, no deberíamos estar aquí pero lo estamos. Es obvio que las fuerzas conservadoras como la religión organizada, la policía y otros agentes de la mayoría tiránica no quieren que el sadomasoquismo florezca en ningún lado. Las mujeres sexualmente activas siempre han sido una amenaza que el sistema no esta dispuesto a tolerar. Pero los liberacionistas conservadores gays y las feministas ortodoxas también se avergüenzan de las subculturas sexuales (aun si es ahí donde encuentran su placer). “Somos iguales a los heterosexuales (o a los hombres) parece ser su súplica de integración, su manera de pedir un pedazo del pastel de monóxido de carbono americano. Los drag queens, leathermen, rubber freaks, boy-lovers, girl-lovers, bolleras sadomasoquistas, prostitutas, transexuales- hacen ver esa súplica como una débil mentira. No somos como los demás. Nuestra diferencia no solo es creada por la biología o la opresión. Es una preferencia, una preferencia sexual.

El S/M de lesbianas no está muy bien organizado aún. Pero en San Francisco las mujeres pueden encontrar parejas y amistades que les ayuden y permitan explorar las delicias de la dominación y sumisión. No tenemos bares, ni siquiera tenemos periódicos ni revistas con avisos de sexo. A veces pienso que así es como debió haber sido la subcultura gay en sus inicios. Debido a que nuestra comunidad depende de recomendaciones y redes sociales, tenemos que esforzarnos mucho para mantenerla. Es cuestión de supervivencia. Si los eternos conformistas con sus coños de cartón y salchichas de angora se salieran con la suya, no existiríamos en absoluto. En cuanto nos volvemos más visibles, nos encontramos con más hostilidad, más violencia. Este artículo es mi manera de rechazar el efecto narcótico del odio propio. Debemos romper con el silencio que la persecución le impone a sus víctimas.

Yo soy una sádica. El término educado es top, pero no me gusta usarlo. Diluiría mi imagen y mi mensaje. Si alguien quiere saber sobre sexualidad, se las puede ver conmigo en mis propios términos. No me interesa facilitárselo. El S/M asusta. Esa es por lo menos la mitad de su sentido. Seleccionamos las actividades más miedosas, asquerosas o inaceptables y las volvemos placenteras. Hacemos uso de todos los símbolos prohibidos y todas las emociones desconocidas. El S/M es una blasfemia erótica deliberada y premeditada. Es una forma de extremismo y disconformidad sexual.

Me identifico más como sadomasoquista que como lesbiana. Me muevo dentro de la comunidad gay porque es ahí donde comienza la exploración sexual. La mayoría de mis parejas son mujeres, pero el género no es mi límite. Me limita mi propia imaginación, crueldad, compasión, la avaricia y el vigor del cuerpo de mi pareja. Si tuviera que elegir entre estar atrapada en una isla desierta con una lesbiana vainilla y un hombre masoquista, escogería el chico. Esta es la clase de sexo que me gusta —sexo que pone a prueba los límites físicos dentro de un contexto de roles polarizados. Es el único tipo de sexo que me interesa tener.

No soy una lesbiana sadomasoquista típica, ni las represento. De hecho, porque me defino como sádica soy atípica. La mayoría de las personas S/M prefieren el rol de sumiso, masoquista o bottom. La mayoría del porno (erótico, psicoanalítico, y político) que se escribe sobre S/M se centra en el masoquista. La gente que habla sobre S/M en público me ha dicho que tienen una audiencia más receptiva si se identifican como bottoms. Esto tiene sentido dentro de una lógica torcida. El que no sabe, asocia el masoquismo con incapacidad, falta de asertividad y autodestrucción. Pero el sadismo se asocia con asesinos desquiciados. Una chica gomela que escucha a una masoquista puede que le tenga lástima, pero a mí me tendrá terror. Yo soy la responsable de conducir a la masoquista hacia su degradación — y todo eso lo logro con mis impresionantes 130 libras y cinco pies dos pulgadas de altura. Por lo tanto mi palabra es sospechosa. Aun así es cierto que mis servicios están en demanda, que respeto los límites de mi pareja, y que amb@s o (tod@s) obtenemos gran placer de una escena.

Comencé a explorar el S/M como bottom, y aún lo hago de vez en cuando. Nunca le he pedido a un sumiso que haga algo que yo no haya hecho o que no pudiera hacer.

Además de ser sádica, tengo un fetiche por el cuero. Si recuerdo bien mis lecciones de Kraft Ebbing, esa es otra cosa que se supone que las mujeres no hacemos. Qué se le va a hacer. A pesar de lo que dicen los expertos, ver, oler o tocar el cuero me hace mojar. Cada mañana antes de salir, hago un ritual al ponerme mi chaqueta de cuero. Su peso ajustándose sobre mis hombros es reconfortante. Una vez subo el cierre, me acomodo el cuello y meto las manos en los bolsillos, la chaqueta se vuelve mi armadura. También me pone en peligro al alertar a los curiosos y a los violentos de mi presencia cuando la llevo puesta en la calle.

Obtengo todo tipo de reacciones. Los voyeristas se excitan. Los chicos homofóbicos me gritan o me tiran cosas de sus carros. Los héteros bien vestidos, seguros en su privilegio, me dirigen una sonrisita condescendiente. A algunos hombres gay les da risa cuando me ven. Me toman por una caza maricas, o me toman por una mascota que se disfraza para no avergonzar a sus amigos machotes. Hay otros que se ofenden pues consideran que el cuero es su territorio y que una mujer no tiene el derecho de llevar la insignia del sadomasoquista. Esos evitan hasta mi sombra. Podría estar menstruando y desafilar sus lanzas.

Cuando visito un bar de lesbianas, sus clientas me confunden por un miembro de esa especie casi extinta, la butch. Las femmes bajo este malentendido se ponen a mi alcance señalando su disponibilidad pero sin ocuparse de seducirme activamente. Parecen esperar que yo haga todo lo que un hombre haría menos embarazarlas. Dado el hecho de que prefiero que alguien venga gateando y rogando por mi atención y que trabaje bien duro antes de que la obtenga, esto me causa mucha gracia. En los grupos de mujeres, los clones políticos y las dvorknianas[p1] ven mi correa de taches y se alejan. Obviamente soy una pervertida sexual y las lesbianas buenas y verdaderas no son pervertidas sexuales. Son las altas sacerdotisas del feminismo, conjurando la revolución femenina. Como yo lo entiendo, después de la revolución femenina, el sexo va a consistir de mujeres que se cogen de la mano, se quitan la ropa y danzan en un círculo. Luego nos dormiremos todas al mismo tiempo. Si no, nos quedaramos todas dormidas, algo mas podría suceder —algo masculinizado, objetivizador, pornográfico, ruidoso y sin dignidad. Algo así como un orgasmo.

Por eso es que dicen que el cuero sale caro. Cuando me lo pongo, el rechazo, la burla y la amenaza de violencia me siguen desde la puerta de mi casa a mi destino y a mi casa otra vez. ¿Vale la pena? ¿Así de bueno es el sexo?

Si una mujer me interesa, la llamo y le pregunto si le gustaría salir a cenar. Nunca he levantado a una desconocida en un bar. Mis parejas son amigas, mujeres que me conocen porque me han escuchado hablar sobre S/M, y mujeres que conozco de Samois. (También tengo una amante que es mi esclava. Disfrutamos planeando seducciones conjuntas o creando extrañas aventuras sexuales para luego contarnos.) Si ella está de acuerdo, le diré dónde y a qué hora encontrarme. Mientras cenamos comienzo a jugar al doctor Dr. Kinsey. Quiero saber cuándo comenzó a tener sexo con otras personas; cuándo comenzó a masturbarse, cómo le gusta tener orgasmos; y cuándo se dio a conocer como lesbiana (si lo ha hecho). Le doy información similar sobre mí misma. Luego le pregunto sobre sus fantasías con el S/M, si de hecho las ha realizado y cómo. También trato de averiguar si tiene problemas de salud, como asma o diabetes, que podrían limitar nuestros juegos.

Esta conversación no tiene que ser clínica. No es una entrevista; es una interrogación. Estoy reclamando mi derecho de poseer información íntima sobre lo que quiero saber. Darme esa información es el comienzo de su sumisión. Las sensaciones que esto provoca son sutiles, ambas comenzamos a excitarnos.

Probablemente la anime para que se trabe un poco. No me gusta jugar con mujeres que están demasiado trabadas como para no sentir lo que les estoy haciendo, ni quiero que alguien pierda sus inhibiciones por un químico que ha ingerido. Prefiero negarle un bottom sus inhibiciones. Sin embargo me gusta que esté relajada y un poco vulnerable y sugestionable.

Si hay tiempo, es posible que vayamos a un bar. Socializar en los bares leather de los hombres es problemático para las lesbianas. Prefiero los bares donde conozco a algunos de los barmans y su clientela. Rara vez me han negado la entrada, pero me han hecho sentir incómoda los hombres que me ven como una intrusa. Si hubiese bares de lesbianas que no me hicieran sentir aún más rechazada iría allá. Pero como soy sadomasoquista siento que tengo derecho al espacio que ocupo en los bares de hombres. A veces me pregunto cuántos de los hombres que exhiben su cuero a la luz de las maquinitas de juego realmente van a casa a ejercitarlo y cuántos se conforman con chingar y mamar.

Un bar leather es un lugar seguro para establecer roles. Yo ordeno a mi sumisa a que me traiga un trago. Ella no pide su propia cerveza. Cuando quiere un trago, me lo pide a mí y yo se lo echo en la boca mientras ella se arrodilla a mis pies. Comienzo a manosearla, evalúo su piel, le corrijo la postura. La toco o le quito prendas para que se sienta avergonzada y se acerque más a mí. Me gusta oírla pedir clemencia o protección. Si todavía no tiene collar, le pongo uno y me la llevo hasta un espejo —detrás del bar, en el baño, en una pared— y la obligo a mirarse. Observo su reacción cuidadosamente. No me gustan las mujeres que se colapsan en pasividad, cuyos cuerpos se dejan caer y cuyos rostros quedan sin expresión. Quiero ver la confusión y la rabia, la excitación y la indefensión.

Cuando me aseguro de que está excitada (algo que se puede evaluar con el dedo índice, si le puedo bajar el cierre), la saco de ahí. Me encanta ponerle esposas y llevarla amarrada de una cadena. Este es uno de los regalos que le doy a una sumisa: la ilusión de no tener opción, el goce de ser raptado. El collar la mantiene excitada hasta que llegamos a mi apartamento. Prefiero jugar en mi espacio porque lo tengo acomodado para la suspensión y flagelación. Le ordeno que se mantenga a dos pasos detrás de mí, lo cual le reconfirma que realmente vamos a hacer una escena. En cuanto cerramos la puerta, le ordeno que se desvista. En mi habitación no existe la desnudez casual. Cuando le quito la ropa a una mujer, le estoy negando temporalmente su humanidad con todos sus privilegios y responsabilidades. La desnudez se puede llevar un paso más allá al rasurar a la sumisa. Una cuchilla remueve la capa que abriga y esconde. Mi amante/esclava mantiene su coño rasurado. Le recuerda que sus genitales me pertenecen y refuerza su rol como mi niña y mi propiedad.

Quitarle la ropa mientras yo permanezco completamente vestida suele ser suficiente para avergonzar y excitar a una sumisa. Una vez esta desnuda, la pongo en el piso y ahí se queda hasta que la mueva o la levante. Me paro sobre ella, le recorro una fusta por la columna y le digo que su lugar es debajo de mí. Le digo lo bien que me va a hacer sentir el coño y como voy a ser de estricta con ella. Puede que le permita abrazar mis botas. Luego de delinear sus responsabilidades y de insultarla un poco por ser tan fácil, la levanto con fuerza, le doy una cachetada y le sostengo la cara contra mi muslo mientras me bajo el cierre y le permito deleitarse con mi clítoris.

Me pregunto si algún hombre podría entender como este acto de dar o recibir servicio sexual se siente para mí. A mi me enseñaron a odiar el sexo, las manera de evitarlo, de darlo bajo circunstancias de necesidad o a cambio de romance y seguridad. Me entrenaron para tomar responsabilidad por la gratificación de otros y a fingir placer cuando otros pretendían tener mi placer en mente. Es sorprendente y profundamente satisfactorio cometer este acto de rebelión, tomar el placer exactamente como lo deseo, precisarlo como un tributo. No necesito fingir que disfruto el servicio de un bottom si no lo hacen bien, ni tengo por que estar agradecida.

Me gusta venirme antes de hacer una escena porque le quita el filo a mi hambre. Por esa misma razón no me gusta jugar cuando estoy trabada o borracha. Quiero estar en control. Necesito todos mis sentidos para adivinar las necesidades y los miedos de la sumisa, para sacarla de sí misma y volverla a traer. Durante la sesión, ella recibirá mucha más estimulación física que yo. Así que tomo lo que necesito. Su boca me alimenta con la energía que necesitaré para dominar y abusar de ella. Mientras me vengo comienzo a fantasear con la mujer que está de rodillas. La visualizo en cierta posición o en cierto rol. Esta fantasía es la semilla de la cual sale la escena. Cuando acaba de satisfacerme, le ordeno que se monte en mi cama y la amarro.

Los sumisos tienden a ser ansiosos. Como hay escasez de dominantes, ellos compensan jugando todo tipo de juegos psicológicos para sentirse miserables y excitados. También les gusta sentirse avaros y culpables y eso los pone ansiosos. Estar amarrados les da seguridad. Ella puede medir la intensidad de mi pasión por la tensión de mis nudos. También le pone fin a la especulación de mierda de que solo hago esto porque a ella le gusta. Me aseguro de que no haya manera de que pueda soltarse por sí sola. La inmovilidad se convierte en seguridad. Ella sabe que la deseo. Sabe que estoy a cargo.

Estar amarrado es excitante y yo intensifico la excitación atormentándola, jugando con sus senos y clítoris, diciéndole cosas sucias. Cuando comienza a retorcerse, la revuelco un poco, llevándola hasta el borde del dolor, ese borde que se derrite y se convierte en placer. Paso de pellizcar sus pezones con mis dedos a usar un par de pinzas que los hacen arder y doler. Puede que ponga pinzas en sus senos o sobre su labia. Examinaré su coño para asegurarme que sigue mojada y le diré lo excitada que está —si es que todavía no lo sabe. En algún momento, siempre utilizo un látigo. A algunos sumisos les gusta ser golpeados hasta sacar morados. O puede que se excite con la sola imagen del látigo viniendo hacia ella, puede que quiera oír su sonido silbando en el aire o sentir el mango mientras se mueve dentro de ella. El látigo es una excelente manera de lograr que una mujer este presente en el instante. No puede alejarse de él y no puede pensar en nada más.

Si el dolor va más allá de una ligera incomodidad, es probable que el sumiso se asuste. Comenzará a preguntarse, “¿por qué hago esto? ¿Seré capaz de aguantarlo?” Hay muchas maneras de ayudarla a pasar este punto. Puede que le pida que lo aguante por mí, porque necesito verla sufrir. O puede que le suministre un número fijo de golpes como castigo por alguna ofensa sexual. Puede que la convenza de que merece el dolor y lo debe tolerar porque es “solo” una esclava. El ritmo es esencial. Las sensaciones deben incrementarse gradualmente. La herramienta que se utiliza también puede ser importante. Algunas mujeres que no toleran ser flageladas, tienen muy buena resistencia para otras cosas —tortura de pezones, cera caliente o humillación verbal.

Cuando hago de sumisa, no valoro el dolor o las ataduras en sí mismas. Mi deseo es complacer. La top es mi ama. Ella ha concedido a entrenarme y es muy importante para mí merecer su atención. La dinámica básica del S/M es la dicotomía del poder, no el dolor. Esposas, collares, estar de rodillas, amarrado, pinzas, cera caliente, enemas, penetración y dar servicio sexual son todas metáforas de la desigualdad en el poder. Sin embargo debo admitir que me aburro bien rápido con una sumisa que no esté dispuesta a aguantar nada de dolor.

El deseo de complacer es la fuente de placer del sumiso, pero también es fuente de peligro. Si las intenciones del dominante no son honestas o si sus habilidades no son buenas, el sumiso no está seguro cuándo se entrega. Los tops compiten por ser dignos del regalo de la sumisión. Alguien que comete errores obtiene una mala reputación rápidamente y solo los bottoms tontos o inexpertos se someterán a ella.

¿Por qué querría alguien ser dominado, dados los riesgos? Porque es un proceso sanador. Como top, encuentro las viejas heridas y el hambre no saciada. Limpio y cierro las heridas. Me ingenio y administro castigos adecuados para viejos e irracionales “pecados”. La saco de base, la veo tal como es, la perdono, la excito y la hago venirse, a pesar de sus sentimientos de desvalimiento, odio a sí misma o miedo. Todos le tenemos miedo a perder, a ser capturados y vencidos. Yo le quito el ardor a ese miedo. Una buena escena no termina con un orgasmo; termina en catarsis.

Nunca podría volver a pellizcar tetas y a comer coño en la oscuridad; no después de esto. Dos amantes sudando una contra la otra, cada una luchando por su propia meta, ojos ciegos para la otra —qué terrible, qué mortal. Quiero ver y compartir cada sensación y emoción que experimenta mi pareja, y quiero que todo venga de mí. No quiero dejar nada por fuera. La modestia fingida y la hostilidad son tan importantes como el afecto y el deseo.

El sumiso debe ser mi superior. Ella es la víctima que presento para la inspección de la noche. Obtengo gran cantidad de información de cada gemido, de cómo tira la cabeza o aprieta los puños. Para obligarla a perder el control, debo deshacer sus defensas, penetrar sus muros y alternar la sutileza y persuasión con violencia y brutalidad. Jugar con una sumisa que no demande mi respeto y admiración sería como comer fruta podrida.

El S/M es sexo de alta tecnología. Es tan absorbente y consume tanto tiempo que no tengo deseo de poseer a nadie de tiempo completo. Estoy satisfecha con su sumisión sexual. Esta es la diferencia entre la esclavitud real o la explotación y el S/M. A mi me interesa algo efímero —placer, no el control económico o la reproducción forzada. Esta puede ser la razón por la cual el S/M es tan amenazante para el orden establecido y por lo cual es tan duramente penalizado y perseguido. Los roles del S/M no están relacionados con género, ni orientación sexual, ni raza, ni nivel social. Mis propias necesidades dictan el rol que asumiré.

Nuestro sistema político no puede digerir el concepto de poder desconectado del privilegio. El S/M reconoce el subfondo erótico de nuestro sistema y busca reclamarlo. Hay una erección enorme debajo de la sotana del sacerdote, el uniforme del policía, el traje de negocios del presidente, los kakis del soldado. Pero el falo solo es poderoso con tal de que esté velado. Elevado al nivel de símbolo, nunca expuesto o utilizado para una cogida literal. Un policía con su erección expuesta puede ser castigado, rechazado, mamado, o te puedes sentar en ella pero deja de ser un semidiós. Dentro de un contexto S/M, los uniformes, roles y diálogos se convierten en una parodia de la autoridad, un cuestionamiento, un reconocimiento de su secreta naturaleza sexual.

Los gobiernos se basan en el control sexual. Cualquier grupo de personas que gane acceso al poder autoritario se convierte en aliado de esa ideología. Estos grupos comienzan a perpetuar y reforzar el control sexual. Las mujeres y los gays que son hostiles a otras minorías sexuales están del lado del fascismo. No quieren que los uniformes se conviertan en drag (disfraz), quieren uniformes propios.

Mientras escribo esto, hay un caso en Canadá que determinará si el sexo S/M consensual entre adultos puede ser legal. Este caso comenzó cuando un sauna gay con clientela de sadomasoquistas fue redado. Después de esa redada, un hombre en Toronto fue arrestado por mantener a common baudy house (una casa indecente). La baudy house era una habitación en su apartamento que había acomodado para el sexo S/M. Otro hombre fue arrestado por secuestro y asalto agravado. Estos cargos salieron de un trío S/M.

En San Francisco, meses antes de que Milk y Moscone fueran asesinados y que los policías irrumpieran en el Elephant Walk, la mitad de los bares leather del área de la calle Folsom había perdido su licencia de licor debido al hostigamiento de la policía. El comité de la parada para la liberación gay trato de pasar una resolución que prohibiría indumentaria S/M y cuero en la parada.

No se cuanto tardará para que la demás gente S/M se enoje tanto como yo. No se por cuanto tiempo continuaremos trabajando en organizaciones gay que se burlan de nosotros y nos amenazan con expulsión si no nos mantenemos callados acerca de nuestra sexualidad. No sé cuanto toleraremos el “feminismo” de los grupos de mujeres que creen que el S/M y la pornografía son la misma cosa y alegan que ambos causan la violencia en contra de las mujeres. No sé por cuanto tiempo seguiremos poniendo nuestros avisos en revistas que imprimen artículos negativos sobre nosotros. No sé por cuánto tiempo seguiremos siendo acosados y asaltados o asesinados en las calles, o por cuánto tiempo toleraremos el miedo de perder nuestros apartamentos o ser despedidos de nuestros trabajos o ser arrestados por hacer ruidos inapropiados durante sexo intenso. Lo que sí sé, es que cuando comencemos a enojarnos, y a salir y trabajar por nuestra propia causa, estará bien pasado de tiempo.


[p1]Seguidoras de la teórica feminista norteamericana, Andrea Dvorkin

6 Comments:

At 9:57 a. m., Blogger .zan. said...

Muy interesante

 
At 2:05 p. m., Anonymous Anónimo said...

Esto es repugnante!!!

 
At 3:27 a. m., Anonymous Anónimo said...

Soberbio. Por fin una persona que habla con claridad y con conocimiento de causa. Ha sido un placer leer, y aprender en el durante...
Creo en Dios y en el ser humano, y comparto la filosofía de saber en que momento hay que estar con cada uno. Las parafilias no existen, solo son caminos de conocimiento. Una búsqueda de lo que somos, y una vez en estudio, comprender metas mayores hacia estímulos mayores, tal vez hacia Dios una vez renegada la parte humana. Ya que evadir un estímulo previo, que Dios puso en nuestro instinto, es burlarse de nuestro camino y destino en la tierra.
Ya sé que no has habaldo de Dios, pero era solo por añadir un matiz, hacia todos los que nos tildan de enfermos. Y seguramente yo crea más en Dios que todos ellos. Pero no, ese Dios tan "Humano" que han creado, tan lleno de prejuicios y condenas.
Gracias por tu escrito, de corazón..

 
At 8:05 p. m., Anonymous Anónimo said...

Estás tarada!

 
At 8:13 p. m., Anonymous Anónimo said...

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